Auto concepto
(Papalia, Wendkos & Duskin ,2009).
El autoconcepto es
la imagen total que percibimos de nuestras capacidades y rasgos. Es “una construcción
cognitiva,… un sistema de representaciones descriptivas y evaluativas del yo”,
que determinan cómo nos sentimos acerca de nosotros mismos y cómo es que esto
guía nuestros actos (Harter, 1996, p. 207). El sentido del yo también
tiene un aspecto social: los niños incorporan dentro de su autoimagen su
creciente comprensión de cómo los ven otras personas.
El autoconcepto
comienza a ser el centro de atención durante la primera infancia, a medida que
los niños desarrollan una concienciación acerca de sí mismos. Se vuelve más claro
mientras la persona adquiere más capacidades cognitivas y lidia con las tareas
del desarrollo asociadas con la niñez, la adolescencia y, luego, la adultez.
Autoestima
(Papalia, et.al., 2009)
La autoestima es
la parte evaluativa del autoconcepto, el juicio que hacen los niños acerca de
su propia valía. La autoestima se basa en la creciente capacidad cognitiva de
los niños para describirse y definirse a sí mismos.
Crisis del desarrollo según Erickson (Papalia, et.al., 2009)
Iniciativa versus culpa
La necesidad de lidiar
con los sentimientos conflictivos acerca del yo está en el núcleo de la
tercera etapa del desarrollo psicosocial de Erikson (1950): iniciativa versus
culpa. El conflicto surge de la creciente sensación de tener un
propósito, que impulsa a un niño a planear y llevar a cabo actividades, y el
aumento en el remordimiento de conciencia que puede tener el niño acerca de
esos planes.
Los niños preescolares
pueden y quieren hacer cada vez más cosas. Al mismo tiempo, están aprendiendo
que algunas cuestiones que quieren hacer tienen aprobación social en tanto que
otras no. ¿Cómo reconcilian su deseo de hacer con su deseo de
aprobación?
Los niños que aprenden
a regular estos impulsos opuestos desarrollan la virtud del propósito, el valor
de la visión a futuro y la búsqueda de metas sin sentirse indebidamente inhibidos
por la culpa o el temor al castigo (Erikson, 1982).
Según Erikson, si este
conflicto no se resuelve de manera adecuada, es posible que el niño se
convierta en un adulto que constantemente se esfuerza por tener éxito o
alardear; es inhibido y poco espontáneo o puritano e intolerante, o sufre de
impotencia o enfermedades psicosomáticas. Con amplias oportunidades para hacer
las cosas por sí solo pero bajo la guía y el establecimiento consistente de
límites los niños pueden lograr un sano equilibrio y evitar las tendencias a
exagerar en competitividad y logro, y a reprimirse y sentirse llenos de culpa.
Identidad de género (Papalia, et.al., 2009)
La identidad de
género, la conciencia de la propia feminidad o masculinidad es un aspecto importante
en el desarrollo del autoconcepto
Perspectivas sobre el
desarrollo de género
¿Qué explica las
diferencias de género y por qué algunas de ellas surgen a medida que los niños
se hacen mayores? Algunas explicaciones se centran en las experiencias y
expectativas sociales diferentes que enfrentan varones y niñas casi
desde el nacimiento. Esas experiencias y expectativas se relacionan con
tres aspectos relacionados de la identidad de género: roles de
género, tipificación de género y estereotipos de género.
Roles de género: Comportamientos, intereses,
actitudes, habilidades y características que una cultura considera apropiados
para cada sexo; difieren entre hombres y mujeres.
Tipificación de género:
Proceso
de socialización por medio del cual los niños, a temprana edad,
aprenden los roles apropiados de género.
Estereotipos de género:
Generalizaciones
preconcebidas acerca del comportamiento de rol masculino o femenino.
Cinco perspectivas sobre el desarrollo del genero (Papalia, et.al., 2009)
Socialización (Papalia, et.al.,
2009)
Papel de la
socialización
La socialización
comienza en la lactancia, mucho antes de que la comprensión consciente del
género comience a formarse. De manera gradual y a medida que los niños
comienzan a regular sus actividades, se internalizan las normas de conducta.
Los niños se sienten bien consigo mismos cuando están a la altura de sus normas
internas y se sienten mal cuando no es así. Una parte sustancial de este cambio
del control socialmente guiado a la autorregulación del comportamiento
relacionado con el género ocurre entre los tres y cuatro años de edad (Bussey y
Bandura, 1992).
Influencias familiares:
En general la
experiencia en la familia parece reforzar las preferencias y actitudes típicas
del género. Decimos que “parece” porque es difícil distinguir la influencia
genética de los padres de la influencia del ambiente que éstos crean. También,
es posible que los padres estén respondiendo a la conducta típica de género de
sus hijos, más que alentarla (Iervolino et al., 2005).
Los niños varones
presentan una socialización más fuerte de género en cuanto a preferencias de
juego que las niñas. Padres y madres, en especial los padres, muestran en general
más incomodidad si un varón juega con una muñeca que si una niña juega con un camión
(Lytton y Romney, 1991; Ruble y Martin, 1998; Sandnabba y Ahlberg, 1999). Las niñas
tienen mayor libertad que los niños en su vestimenta, juegos y elección de
compañeros de juego (Miedzian, 1991).
En los hogares
igualitarios, el papel del padre en la socialización del género parece
especialmente importante (Fagot y Leinbach, 1995). En un estudio observacional
acerca de niños de cuatro años en ciudades británicas y húngaras, los varones y
niñas cuyos padres tenían mayor participación en las labores domésticas y el
cuidado de los hijos estaban menos conscientes de los estereotipos de género y
participaban en menos juegos tipificados por género (Turner y Gervai, 1995).
Influencia de pares Anna,
de cinco años, insistió en vestirse de una nueva manera. Quería ponerse mallas
debajo de una falda y botas, tanto en casa como fuera. Cuando su madre le
preguntó por qué, Anna respondió: “Porque Katie se viste así, ¡y Katie es el
rey de la niñas!”
Incluso en la segunda
infancia, el grupo de pares es una de las principales influencias en la
tipificación de género. Para los tres años de edad, los preescolares, en
general, juegan en grupos segregados por sexo, lo cual refuerza el
comportamiento tipificado por género, y la influencia del grupo de pares
aumenta con la edad (Martin et al., 2002; Ruble y Martin, 1998). Los
niños que juegan en grupos del mismo sexo tienden a tener una mayor tipificación
de género que los niños que no lo hacen (Maccoby, 2002; Martin y Fabes, 2001).
Los grupos de pares muestran más desaprobación hacia los varones que actúan “como
niña” que hacia las niñas que son marimachos (Ruble y Martin, 1998). De hecho, es
posible que las elecciones de juegos a esta edad tengan mayor influencia de los
pares y de los medios de comunicación que de los modelos que los niños observan
en casa (Turner y Gervai, 1995). Sin embargo, por lo general, las actitudes de
los compañeros y de los padres se refuerzan entre sí (Bussey y Bandura, 1999).
Influencias culturales A los cinco años de edad, a Isabel Allende se le
reprendía para que se sentara con las piernas cerradas y que tejiera, mientras
que sus hermanos estaban afuera subiéndose a los árboles. De este modo aprendió
que como mujer tenía restringido llevar a cabo acciones que sus hermanos
varones tenían permiso de realizar (D. Skinner, 1989).
En Estados Unidos, la
televisión es uno de los principales canales para la transmisión de las
actitudes culturales acerca del género. La teoría sociocognitiva pronostica que
los niños que ven mucha televisión adquirirán una mayor tipificación de género
al imitar los modelos que ven en pantalla. Un experimento natural en varios
pueblos canadiense que obtuvo acceso por primera vez a la transmisión de
televisión proporcionó impresionante evidencia en apoyo a esta teoría. Los niños
que habían tenido actitudes relativamente poco estereotipadas antes de que la
programación de televisión estuviera disponible, mostraron notables incrementos
en puntos de vista tradicionales dos años después (Kimball, 1986).
Desde hace largo
tiempo, los libros infantiles se han vuelto una fuente de estereotipos de
género. En la actualidad, la proporción de mujeres como personajes principales
ha aumentado y es más frecuente que a los niños varones y mujeres se les
muestre en actividades poco tradicionales (niñas vestidas como pilotos o niños
que ayudan a lavar la ropa). Sin embargo, todavía se sigue mostrando a las
mujeres principalmente en papeles domésticos, en tanto que es poco frecuente
que se vea a hombres realizando labores domésticas o cuidando de los hijos
(Gooden, 2001). De hecho, el padre generalmente está ausente y, cuando aparece,
a menudo se le muestra como alguien retraído y anodino (Anderson y Hamilton,
2005).
Importancia del juego (Papalia, et.al., 2009)
El juego es importante
para el desarrollo sano de cuerpo y cerebro. Permite que los niños participen
en el mundo que les rodea, que usen su imaginación, que descubran maneras
flexibles de utilizar los objetos y de resolver problemas, y que se preparen
para los roles adultos.
El juego contribuye en
todos los dominios del desarrollo. Por medio de esta actividad, los niños
estimulan los sentidos, ejercitan sus músculos, coordinan vista con movimiento,
ganan dominio de sus cuerpos, toman decisiones y adquieren nuevas habilidades.
Por ejemplo, cuando clasifican bloques de diferentes formas, cuentan cuántos de
ellos pueden apilar uno sobre otro o anuncian que “mi torre es más alta que la
tuya”, en ese momento establecen las bases de los conceptos matemáticos.
Mientras cooperan para construir castillos de arena o túneles en la playa,
aprenden habilidades de negociación y resolución de conflictos (Ginsburg y
Committee on Communications and the Committee on Psychological Aspects of Child
and Family Health, 2007). De hecho, el juego es tan importante para el
desarrollo de los niños que el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos
Humanos (1989) lo ha reconocido como un derecho de todo niño.
Los niños necesitan
gran cantidad de tiempo para juegos exploratorios libres. Actualmente, muchos
padres exponen a sus hijos pequeños a videos enriquecedores y juguetes con una
orientación académica. Es posible que estas actividades sean valiosas en sí
mismas, pero no si interfieren con el juego dirigido por el niño. La tendencia
a enviar a los niños todo el día al jardín de niños también redujo de manera
notable el tiempo para juego libre (Ginsburg et al., 2007).
Categorías de Parten para el juego social
y no social (Papalia, et.al.,
2009)
Formas de disciplina (Papalia, et.al., 2009)
La palabra disciplina
significa “instrucción” o “entrenamiento”. En el campo del desarrollo infantil,
disciplina se refiere a los métodos para moldear el carácter y enseñar
autocontrol y conducta aceptable. Puede ser una poderosa herramienta para la
socialización con la meta de desarrollar autodisciplina. ¿Qué formas de
disciplina funcionan mejor? Los investigadores han examinado un amplio rango de
técnicas.
Reforzamiento y castigo
A veces los padres
castigan a los hijos para detener el comportamiento indeseable, pero en general
los niños aprenden más cuando se refuerza la buena conducta. Los reforzadores externos
pueden ser tangibles (dulces, dinero, juguetes o estrellas doradas) o
intangibles (una sonrisa, una palabra de aliento, un abrazo, atención adicional
o un privilegio especial). Sin importar cuál sea el reforzador, el niño debe
considerarlo como algo recompensante y debe recibirlo de manera consistente después
de mostrar el comportamiento deseado. En un momento dado, la conducta
proporcionará su propia recompensa interna: una sensación de placer o
logro. En el caso de Noel, sus padres a menudo lo ignoran cuando se comporta
bien, pero lo regañan o dan nalgadas cuando se porta mal. En otras palabras,
inconscientemente refuerzan la mala conducta al recompensarlo con
atención cuando hace lo que ellos no quieren que haga.
Aun así, en ocasiones
el castigo, como aislar al niño o negarle privilegios, es necesario. No se
puede permitir que los niños corran por la calle entre los automóviles o que
golpeen a otro niño. A veces un niño es desafiante y obstinado. En tales
situaciones, el castigo, cuando es consistente, inmediato y se relaciona
claramente con la falta, quizá sea eficaz.
Debería aplicarse con
tranquilidad, en privado, y dirigirse a producir obediencia, no culpa. Es más
eficaz cuando se acompaña de una explicación breve y simple (AAP Committee on Psychosocial
Aspects of Child and Family Health, 1998; Baumrind 1996a, 1996b).
El castigo severo puede
ser contraproducente. Los niños que son castigados duramente y con frecuencia
pueden tener problemas para interpretar las acciones y palabras de otras
personas; quizá atribuyan intenciones hostiles cuando no existen (B. Weiss,
Dodge, Bates y Pettit, 1992). Es posible que los niños pequeños que han sido
castigados duramente actúen después en forma agresiva, aunque el castigo tenga
la intención de detener lo que un padre considera como comportamiento agresivo
deliberado (Nix et al., 1999).
O quizá esos niños se
vuelvan pasivos porque se sienten indefensos. Los niños se pueden volver
temerosos si los padres pierden el control y es posible que finalmente traten
de evitar a un padre o madre punitivos, socavando la capacidad de esos padres
para influir la conducta (Grusec y Goodnow, 1994).
El castigo corporal se
ha definido como “el uso de la fuerza física con el propósito de causar dolor,
pero no lesión, al niño, con la finalidad de corregir o controlar su comportamiento”
(Straus, 1994a, p. 4). Puede incluir nalgadas, golpes, cachetadas, pellizcos, sacudidas
(que pueden ser mortales en los lactantes; y otros actos físicos. Popularmente
se ha creído que el castigo corporal es más eficaz que otros remedios y que es
inofensivo si se utiliza con moderación a manos de padres amorosos (McLoyd y
Smith, 2002), pero un creciente conjunto de evidencias señala que provoca graves
consecuencias negativas (Straus, 1999; Straus y Stewart, 1999).
A diferencia del
maltrato infantil, que tiene poca o ninguna relación con la personalidad o
comportamiento del niño, el castigo corporal se emplea con más frecuencia en el
caso de niños agresivos y difíciles de controlar, características que quizá
tengan una base genética (Jaffee et al., 2004).
La línea entre algunas
formas de castigo y el maltrato físico o emocional no siempre es fácil de
establecer, pero es claro que la disciplina se vuelve maltrato cuando provoca lesiones
a un niño.
La agresión
psicológica se refiere a los ataques verbales que pueden resultar en daño psicológico
para el niño, como dirigirle vociferaciones o gritos, amenazarlo con golpearlo o
apalearlo, insultarlo o maldecirlo, amenazarlo con enviarlo lejos o sacarlo de
la casa, y llamarle tonto o flojo. Algunos psicólogos igualan las últimas tres
categorías con maltrato emocional. La agresión psicológica, al igual que la
física (golpes), es casi universal entre los padres estadounidenses. En un
muestreo representativo de Estados Unidos con 991 padres, 98% informó que
utilizó alguna forma de agresión psicológica para el momento en que el niño
tenía cinco años y cerca de 90%, en algún momento posterior (Straus y Field,
2003).
Relaciones con
otros niños (Papalia, et.al.,
2009)
Aunque las personas más
importantes en el mundo de los niños pequeños son los adultos que cuidan de
ellos, las relaciones con hermanos y compañeros de juego se vuelven más importantes
en la segunda infancia. Casi toda actividad característica y tema de
personalidad a esta edad, desde el desarrollo del género hasta el
comportamiento prosocial o agresivo, implica a otros niños. Las relaciones con
hermanos y pares en la segunda infancia fortalecen la cognición social, o
“lectura mental”: la capacidad para comprender las intenciones, deseos y
sentimientos de los demás (Dunn, 1999). Estas relaciones también proporcionan
una vara para medir la autoeficacia, la sensación cada vez mayor que
adquieren los niños acerca de su propia capacidad para dominar los retos y
lograr metas. Al competir y compararse con otros niños, evalúan sus
competencias físicas, sociales, cognitivas y lingüísticas, y adquieren un
sentido más realista del yo (Bandura, 1994).
Con hermanos o sin
hermanos
A menudo, los lazos
entre hermanos y hermanas establecen el escenario para las relaciones posteriores.
Examinemos las relaciones entre hermanos y luego entre los niños que crecen sin
hermanos.
Hermanos y hermanas
“¡Es mío!”
“¡No, es mío!”
“¡Bueno, pero yo juego
primero con él!”
Las primeras, más
frecuentes y más intensas disputas entre hermanos tienen que ver con derechos
de propiedad: quién es el dueño de un juguete o quién tiene derecho a jugar con
él. Aunque es posible que los adultos exasperados no siempre lo vean de esa
manera, las disputas entre hermanos y el arreglo de las mismas se puede
considerar como una oportunidad de socialización, en que los niños aprenden a
defender sus principios y a negociar los desacuerdos (Ross, 1996). El juego
dramático conjunto es otra área para la socialización. Los hermanos que con
frecuencia juegan a “que tal que éramos” desarrollan una historia de
entendimientos compartidos que les permiten resolver con mayor facilidad los
problemas y a utilizar como base las ideas del otro (Howe et al., 2005).
A pesar de la
frecuencia del conflicto, la rivalidad no es el principal patrón entre hermanos
y hermanas al principio en la vida. Aunque hay cierta rivalidad, también hay afecto,
interés, compañía e influencia. Observaciones que abarcaron tres años y medio y
que comenzaron cuando los hermanos menores tenían cerca de un año y medio y los
mayores tenían de tres a cuatro años y medio de edad, encontraron que las
conductas prosociales y orientadas al juego eran más comunes que la rivalidad,
hostilidad y competencia (Abramovitch, Corter y Lando, 1979; Abramovitch,
Corter, Pepler y Stanhope, 1986; Abramovitch, Pepler y Corter, 1982). Los
hermanos mayores fueron los que iniciaron más las conductas, tanto amigables
como no amigables; los hermanos menores tendían a imitar a los mayores. A
medida que los niños menores se acercaban a los cinco años, los hermanos se
volvieron menos físicos y más verbales, tanto en las demostraciones de agresión
como en las de cuidado y afecto. Al menos un hallazgo de esta investigación se
ha replicado en muchos estudios: los hermanos del mismo sexo, en particular las
niñas, son más cercanos y juegan juntos con más tranquilidad que entre hermanos
de sexos diferentes (Kier y Lewis, 1998). Debido a que los hermanos mayores
tienden a dominar a los menores, la adaptación emocional y social del niño
mayor afecta más la calidad de la relación (Pike et al., 2005).
La calidad de las
relaciones entre hermanos se trasmite a las relaciones con otros niños. Es
probable que un niño que es agresivo con sus hermanos también sea agresivo con sus
amigos (Abramovitch et al., 1986), en tanto que los hermanos que juegan
amistosamente entre sí desarrollan comportamientos prosociales (Pike, Coldwell
y Dunn, 2005).
De la misma manera, las
amistades pueden influir en las relaciones entre hermanos. Los hermanos mayores
que han experimentado una buena relación con un amigo antes del nacimiento de
un nuevo bebé tienen mayores probabilidades de tratar bien a su hermano menor,
al mismo tiempo que se reduce la probabilidad de que desarrollen conducta
antisocial en la adolescencia (Kramer y Kowal, 2005). Para un niño pequeñoen
riesgo de problemas conductuales, una relación positiva ya sea con un
hermano o con un amigo puede aminorar el efecto de una relación negativa con el
otro (McElwain y Volling, 2005).
Referencias
Papalia, D., Wendkos Olds, S.,
& Duskin Feldman, R. (2009). Psicología del desarrollo de la
infancia y la adolescencia. México: McGRAW-HILL/INTERAMERICANA EDITORES, S.A.
Conocer los aspectos que se desarrollan en la dimensión psicosocial del niño de 3 a 6 años, permite entender y comprender la influencia que ejerce las manifestaciones culturales y las relaciones sociales y afectivas del infante con sus padres, hermanos y otros niños en el comportamiento e incluso autoestima que puede presentar un niño en esta edad cronológica.
ResponderEliminarPor otra parte, permite identificar las características que presenta en esta etapa; entendiendo que pueden presentarse algunas, todas o mas características de las expuestas de acuerdo al desarrollo individual que presente el infante. Tener ese margen de referencia ayuda a fomentar espacios donde los infantes puedan mejorar o fortalecer cada una de las capacidades y habilidades características de su etapa, por ejemplo a través del juego, que es el medio mas idóneo ya que encierra los dominios del desarrollo al permitir estimular los sentidos e imaginación como también aspectos de motricidad, corporalidad e incluso ayuda a fortalecer la solución de problemas a partir de la apropiación de roles.